Los Pampeanos presentaron su última obra en un show donde la originalidad y las canciones fueron protagonistas.
Los Pampeanos presentaron su última obra en un show donde la originalidad y las canciones fueron protagonistas.
A la hora de presentar un disco cada quien tiene su estrategia. Algunos optan por tocar solo el nuevo disco entero de punta a punta mientras que otros combinan temas nuevos y viejos o simplemente suman algunas canciones a su repertorio; lo que da la pauta de que no hay una única manera de traer nuevas canciones a una nueva vida que da cuenta del proceso de salir del estudio para ir hacia el vivo y el directo.
La gran sorpresa de la noche en el Nd Teatro fue que Las Sombras fue mucho más allá de todo esto que decimos. Mitad obra teatral, mitad show musical, la inauguración de El Club de los Nostálgicos (un disco que recupera sonoridades de la década del ochenta) fue por sobre todas las cosas literal: por un par de horas nos sumergimos al universo de la banda, que no tuvo dudas ni miedo en ningún momento de invitar a los presentes a ser parte de su cofradía de canciones a veces rockeras, otras bluseras y casi siempre con una nostalgia a flor de piel que interpela a quien escucha.
Incluso desde antes de entrar formalmente al show, uno podía empezar a percibir ese universo que iba a proponer la banda minutos después, tomándose un vaso de vino de damajuana en hall del teatro mientras escuchaba una radio perdida en un viejo radiograbador. Adentro la cosa siguió el mismo curso. Como introducción a la banda sonaron unos viejos tangos con el ruido a púa correspondiente generando un clima cálido y sobre todo alegre. En este contexto sin miedo a llevar al punto máximo su propio “chiste”, el grupo fue generando una atmósfera ideal para que todo fuera tomando forma algo que se terminó de concretar un genial personaje llamado Pompeyo Silvano Andrisini que además de ser el que servía el vino en el hall (con su elegancia correspondiente), realizó un breve speech digno de las viejas presentaciones de los años cuarenta y cincuenta para entre otras cosas definir a la nostalgia como algo que “se tuvo y no se tiene más” para luego hablar de la necesidad de no quedarse anclado en el pasado.
Con una formación que incluyó a Roberto Figueroa de Knei en batería, junto a invitados especiales en teclados y percusión; Manuel Fernández Pérez, Nicolás Lippoli y Julián Agustín “Lulo” Pico apostaron a que lo vivido en el Nd Teatro trascienda la idea de un show musical tradicional algo que ya habían comprobado posible en el mediometraje “El Precio de la Canción” (donde de alguna manera fueron actuando sus propias canciones). En este contexto el escenario se transformó en un gran bar donde la banda tocó enfrente de la barra, mientras Pompeyo servía a algunas mesas que ubicada sobre el fondo del escenario. En ese clima fuero aparecieron las canciones y en especial la calidad indiscutible de la banda para interpretar sus propios temas y darle a cada canción la atmosfera necesaria para que brille con soltura.
Claramente la idea del grupo fue aprovechar el contraste que hoy por hoy proponen sus tres discos, un primer disco que tiene una sonoridad más rockera y simple, “Crudo” más blusero y con más complejidad de arreglos y finalmente “El club…” que termina por confirmar que la banda es una interesante fábrica de canciones intentas y redondas por donde se las mire. En vivo, esto que decimos se potencia aún más porque cada quien sabe brillar cuando es su momento sin dejar de pensar en ningún segundo del show que todo lo que está sucediendo debe estar al servicio de la propuesta total del grupo.
En este punto las canciones de “El club…” generaron un interesante desafío para el grupo principalmente porque obligaron a la perfección a nivel vocal e instrumental sostenidas en una sonoridad que no incluye la distorsión blusera como base. El resultado fue que en el primer tramo del show donde sonaron seis de las canciones del disco sin respetar al orden de la grabación (“El club de los nostálgicos”, “Particular”, “Parque”, “Me dijiste tu nombre”, “Más Allá” y “Un día cualquiera), el nivel interpretativo fue altísimo dando la pauta de la manera en que cada quien desde sus instrumentos y sus voces puede defender un conjunto de canciones con una sensibilidad pop que hasta el momento Las Sombras había insinuado pero no profundizado.
En este sentido un breve interludio semi acústico con “Lulo” Pico interpretando “Lo que guarden sus ojos” junto a Nicolas Lippoli en guitarra y más tarde “Espejismo” y “Vos y yo” con Manuel Fernández y el mismo Nicolás en voces y guitarra, llevó el clima de intimidad al máximo, presagiando de alguna manera una segunda parte del show donde la potencia rockera y blusera tendrían protagonismo.
Luego de que Pompeyo realizara el gracioso gesto de echar a todos del bar, la vuelta mostró a banda en el escenario junto Guido Colzani en percusiones para ir subiendo de intensidad de manera firme pero paulatina, hasta llegar al punto máximo de frenesí rockero generando un muy buen contraste con la primera parte del show.
Canciones como “Blues para los amigos”, “El mundo de hoy” (otra de El club…) y en especial “El Rocanrol del Idiota” donde Nicolás Lippoli se bajó del escenario y recorrió todo el teatro extendiendo la duración de la misma con su guitarra, fueron algunas de las momentos que sirvieron para que todo el teatro de pie terminara coreando “Los Chicos de tu barrio” en un cierre que sin lugar a dudas tuvo el objetivo de dejar con ganas de más.
En un par de horas Las Sombras fue capaz de demostrar toda la variedad de contraste que tiene su música y logró meter a todo el público en su propio mundo, lo que no es poco en la época en que vivimos. ¿Cuánto hace que no se veía un show que tenga esta impronta? Bien por ellos en ser consecuentes con la idea de ofrecer algo divertido y distinto. ¡Que se repita!