Lo primero que se percibe de este Vol.II es la idea de continuidad. Además de lo evidente (el número II en la tapa) se nota que está segunda entrega busca profundizar todos los logros de aquel primer esfuerzo del 2013.
Lo cierto es que hoy Viaje a Ixtlan ha encontrado su formato de banda, por lo que su mentor e ideólogo Mariano Bertolazzi (guitarra acústica, sintetizadores y voz) es a esta altura el conductor que permite a sus compañeros de Narcoiris Fernando Figueiras (guitarra y voz), Sebastián Romani (batería) junto el aporte de Javier Romani (bajo) sean capaces de experimentar con los sonidos de manera fluida y atmosférica, logrando una impronta muy distinta a lo que proponen los otros proyectos en los que participan.
Grabado en directo en un gran trabajo de Damián Colaprette (lo que da ese sentido orgánico tan característico de la década del setenta), Vol.II es un disco que exige una escucha atenta y sensitiva. Canciones como “El Camino Blanco” (con siete partes dependientes entre sí) tienen sentido si uno es capaz de dejarse llevar por la historia que se narra. Tranquilamente uno podría ponerle palabras o sensaciones a cada momento de la canción que va creciendo en intensidad con violas, sintetizadores y percusiones épicas o simplemente dejarse conducir por esa mezcla de psicodelia, space rock, sonido orientales y stoner. En cada uno de los casos el resultado será el mismo, uno podrá escapar por un rato de lo cotidiano y encontrar su propio viaje. Si se logra esto, el objetivo implícito de la banda estará cumplido.
“El fin de los tiempos” con un formato más cercano al de canción, sirve para despertar del letargo lisérgico pero no pierde el eje. Único tema cantado, propone una relectura de la pesadez climática que tan bien trabajaron Los Natas. La sensación de que el cuarteto se siente cómodo aumentando su intensidad a lo largo del tema, se profundiza al punto de desear que el tema nunca termine. Tal vez por eso la misma canción se va desvaneciendo en el aire hasta culminar en uno de los momentos más intensos y vitales del disco. Las dos últimas canciones “Mi Menor Ocaso” y “Despedida” a pesar de estar ubicadas como tracks separados, tranquilamente podrían compartir un mismo nombre. Las dos se resuelven mántricamente. La primera sostenida a base del riff, la segunda con un paisaje oceánico dando un cierre y pacifico a un disco que nada más y nada menos propone viajar a través de la música.
En definitiva Viaje Ixtlan logra sus objetivos concretando una obra cuasi conceptual de rock pesado y psicodélico que promete seguir creciendo a lo largo del tiempo. Su arte gráfico con imágenes difusas y psicodélicas parece definir un camino sin tiempo ni espacio. Ojalá sigan esa senda.